Cuando el alma habla

Llega sin avisar, sin preguntarte si es buen momento. Sin permiso, te inunda por completo. 
Miradas ausentes, pensamientos intrusivos y movimientos torpes.
Comienza el baile.
Bailan solos, ajenos, dispersos, con una música que sólo ellos pueden escuchar.
Hay quien dice que te cambia, pero ese no es el bueno. 
No se trata de dejar de ser, sino de ser más de lo que eras antes de que llegara. 
Más que cambiarte, te transforma. Te hace mejor, no tanto por lo que recibes, como por lo que das. 
Porque en lo que das está lo que te hace grande. 

Puedes medir tu grandeza por cómo le haces sentir.

A veces, es efímero, y otras,  llega para quedarse. No se sabe por cuánto tiempo, pero nos gusta pensar que es para siempre. Aunque ese 'para siempre' a veces sea hasta mañana, pero mientras dura, se siente más real. Cuando es efímero tendemos a pensar que no fue real, pero si lo fue, aunque duró poco. 
Pero al final te das cuenta de que todo enseña, si quieres aprender. 
Que las miradas hablan como palabras y que las palabras a veces no llegan, y tenemos que dejar que hable el alma.

Y cuando el alma habla, todo calla.

Y todo cambia.
Las cosas comienzan a tener sentido, o a perderlo. Lo que antes importaba ya no importa, y se vuelve imprescindible algo que antes no existía.
Y comienzas a vivir, especialmente cuando sientes que lo de antes no era vivir; era sobrevivir.
Conoces el sentido de la palabra ausencia, y te enamoras de ella como parte del baile. 
Y buscamos el infinito...

En la búsqueda entiendes que nada es para siempre, y aprendes a vivir la intensidad como parte de ese infinito que no existe, pero que te inventas, para creer más en él.  
O, quién sabe, quizá el infinito es la parte del baile que muy pocos conocen y que nunca cuentan...